Odre de desnuda luz
Atraviesan mi rostro
los andamios del día
cargados de flores,
de abejas y de panes.
Atraviesan mi rostro, mi cuello,
mi entrepierna
los sonidos de tu caminar descalzo
desde el río lejano hasta la plaza.
No importa que te alejes,
que transites,
que te sumerjas en la antípoda del mundo.
Escucho tu respirar y tus pisadas
sobre todas las tierras; escucho
el casi inaudible roce entre tu piel
y las brisas de las tardes.
En tanto
el día que me arroja avatares
procura atravesar mi ombligo
y estallar en mi vientre:
odre de desnuda luz,
obús de silencios y palomas.
No dejes de llegar. No dejes
de inaugurar mi lecho cuando los demás se marchen.
Nadie te escuchará, nadie verá tu desnudez
mientras te acercas a mi puerta.
Al llegar la mañana
los notables del pueblo observarán con disimulo
las huellas arcanas de tus desnudos pies
aún frescas en las rocas de mi frente.