Escribo desde las primeras brumas que desfilan delante de mis ojos como un humo tenue, invisible...
Sonar y clavar
Suenan y clavan, clavan y suenan.
Tantas cosas.
Tantas otras
no dejan de derivarse, de fluir
con el agua de los retretes,
de clavarse
y de sonar
hasta que cae una rosa de la tarde
y otra rosa
y un pétalo
y una endecha plateada que vuela con la brisa
y que adquiere tu forma
lenta, sin prisa,
tus pies descalzos entre las hojas de los pinos
y el apurar un tiesto de soma y clavelillo.
Entonces
el sonar y el clavar
siguen el ritmo de tus pasos
mientras bailas
para que el sol baje
hasta los lechos de los moribundos
y los detenga
una fracción de segundo
antes del tránsito
y los conduzca de regreso
hasta que invadan el patio en un desfile:
ancianos,
contrahechos,
entonando sus himnos a los gritos;
salpicados de Estigia.
Ahora bailas. Clavas y sueltas
tus pies desnudos,
despojados de sol y liberados
de los grillos de la eternidad.